Nuestros tiempos modernos están marcados por un ritmo acelerado, veloz, en donde las esperas y la tolerancia han caído en desuso, parecería casi insostenible para el ser humano hoy pensarse por un instante sin celular, dándose tiempo para detenerse y de repente mirar un paisaje o prestarle atención a la longevidad de un árbol. Nada de eso hoy prima, el dictamen hoy es vivir una carrera lo más veloz posible, producir y producir, encarnar un súperman o una mujer maravilla en donde la aspiración es no detenerse, porque no hay que perder tiempo sino que hay que hacer y hacer, aún si quitarle horas al sueño sea necesario también es válido, quizás hasta descansar ya haya perdido el sentido.
Una pregunta se impone, si bien gozamos de los beneficios que la tecnología y la ciencia nos dispensa para hacer nuestra vida más confortable, no obstante surge un interrogante: ¿cuál es el sentido hacia dónde se va con tanta prisa? Es decir, ¿por qué correr y no caminar? Hoy justamente una paciente ejemplificaba en su sesión esto mismo, a una escala muy simple, decía: “me llamó mi hermana para saludarme por teléfono, de repente le dije te dejo porque tengo que hacer… y en verdad sí, tenía cosas que hacer pero no era urgente, y no tengo ningún problema con mi hermana, es un acelere, un tengo que hacer que se me impone y no puedo ni siquiera disfrutar de tomar un mate aunque tenga tiempo, es hacer y hacer, sino siento culpa”.
Más allá de que existe una historia singular, en donde la trama de cada uno tiene un sentido propio, este ejemplo sirve para situar este “empuje a hacer”, que puede tener diversas lecturas, por ejemplo “limpio sobre lo limpio”, “fumo y no se porque pero tengo que fumar”, “entrené cuatro horas sin parar, terminé destruido, me lesioné” o “consumo alcohol y después cocaína porque me aplasta mucho el vino, necesito cortar el efecto, para estar despierto, no puedo parar”.
Vivimos en una época en donde el hacer, el actuar ha destronado al pensar, hacer sin planteos previos sin consideraciones, hacer y dejarse arrastrar por un empuje a diversos consumos, como quien compra excesivamente y no sabe por qué, pero advierte ese exceso como algo dislocado, extraño. Y eso mismo que excede en ocasiones lleva hacia la ribera de la vida, enfrentándolo con la muerte misma, cara a cara en un mano a mano donde se ausenta la palabra.
El psicoanálisis plantea que existe un más allá, una fuerza que lleva a los sujetos a hacer diversas acciones que atentan contra sí, no dan lugar a preguntas ni a planteos, es hacer y en ese hacer un dejarse llevar se impone, como cuando un imán con su energía moviliza y atrae, del mismo modo existen en nosotros tendencias que muchas veces nos conducen hacia donde no queremos, pero no sabemos como salir de esa atracción, de ese hacer enajenante.
Tratar en análisis este hacer implica descubrir un saber que yace en nosotros pero que desconocemos, es labor del analista puntuar, situándole al paciente esos elementos que se encuentran encriptados en sus dichos para que así logre advenir un saber que le permita a quien padece apropiarse de sus actos, sin ser víctima de eso ajeno que lo habita. El saldo será… apropiarse responsablemente de las acciones que cada cual construya.