Lic. Andrea F. Amendola

Psicoanalista de la orientación lacaniana. Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Atención online y presencial. Niños, adultos, adolescentes, parejas y familias. Supervisión clínica a colegas y grupos clínicos de estudio. Contacto: 15-4414-1330

Artículos a la Comunidad

Enfermar de honor

Leonardo Gorostiza

AME y AE (2009-2012)

                                     

Inventar

“Hay en Lacan – nos decía Jacques-Alain Miller  al concluir la conferencia que pronunció en Buenos Aires pocos días antes de la fundación de la EOL -, hay en Lacan una auto – desuposición del saber, lo que es una disciplina. No vale dar una conferencia – y, agregaría yo, ni cualquier otro tipo de intervención – si uno no piensa antes que no sabe nada. A veces es difícil de soportar”. [1]

Y así estamos. No es fácil soportar tener que hablar de “la terapéutica lacaniana”. No es fácil porque incluso hasta deberíamos preguntarnos si es legítimo hablar de una terapéutica que, no sólo como el psicoanálisis  “no es una terapéutica como las demás” (cosa a demostrar en nuestras próximas jornadas), sino que además deberíamos situar algo así como aquello que sería la marca, el signo de lo que es una terapéutica que lleva en sí, que se deduce de los principios de la orientación lacaniana.

Sería mucho más cómodo hacer un cortocircuito y conformarnos diciendo que lo que la orientación lacaniana aísla con precisión es lo incurable de la estructura y que, por lo tanto, siempre se tratará de una “terapéutica en fracaso”. Es decir, conformarnos con parafrasear lo que Lacan señala: que no se trata del fracaso del saber sino del saber en fracaso. No hablaríamos entonces del “fracaso de la terapéutica” sino de la “terapéutica en fracaso”. No suena mal. Podría ser un término a mantener. Pero es muy insuficiente. Y es insuficiente porque de ese modo haríamos de una noción central, de la teoría sobre un incurable estructural, un saber que cerraría la posibilidad de toda nueva invención.

Se trata, por el contrario, de asumir que partimos realmente de un saber en fracaso y situarnos desde allí, desde “lo que no se sabe”, para interrogar qué es lo que efectivamente hacemos en la orientación lacaniana, qué es lo que aún no hemos dicho sobre la eficacia terapéutica de nuestra práctica. 

Esto es más congruente con lo que la práctica analítica enseña: 1) que la posición del analista siempre se sostiene (aún en lo que llamamos psicoanálisis aplicado) en una hiancia en el saber; 2) que de esa hiancia el analista debe esforzarse siempre en elaborar una teoría, es decir, inventar un saber; porque la práctica es siempre anterior a la teoría.

Es por esto que, una vez más – pero pienso que esta vez más justificada que otras – conviene recordar lo que Miller dijo en nuestras primeras Jornadas anuales, allá por el 92. En la apertura de aquellas primeras Jornadas que llevaron como título Lo que no se sabe dijo:

“Cada jornada de estudio debería, en psicoanálisis, llamarse Lo que no se sabe. Estas Jornadas tiene el privilegio de ser, a la vez, las primeras de una nueva serie y de llamarse Lo que no se sabe – título que no volverá a usarse explícitamente. Se trata en estas jornadas de mostrar cómo sabemos transformar en saber lo que no se sabe.”[2]

Y bien, de esto se trata en estas próximas XI Jornadas anuales de la EOL.

Se trata, tomando un término de Eric Laurent, “de inventar el psicoanálisis aplicado”[3]. Porque, precisamente, esta invención del psicoanálisis aplicado de la orientación lacaniana se sitúa como una respuesta posible – siempre “de lado”, siempre lateral – a la demanda social de saber técnico y de eficacia terapéutica.

En este sentido, dicha respuesta tiene que incluir siempre tanto cómo respondemos a las demandas de solución técnica (la eficacia terapéutica), es decir la respuesta que damos a las demandas de eficacia (ya que vivimos en una época cuyo ideal es la eficacia), pero también, debe incluir el no responder.

Laurent aclara esto diciendo que mientras que en algunos sectores de la IPA lo que se hace es responder a dicha demanda por la vertiente de la verificación y la estadística de la eficacia terapéutica, lo que nosotros hacemos es “inventar el psicoanálisis aplicado como nueva literatura analítica. Es otra forma – concluye – de responder un poco de costado a estas demandas de aplicación terapéutica”.[4]

Contemporaneidad

Hay un rasgo, una exigencia – podemos decir – que es una marca de la orientación lacaniana. La exigencia de contemporaneidad. Esta exigencia es por lo tanto un rasgo de lo que podemos llamar  “la terapéutica lacaniana”.

En ese sentido, en una época signada por el pragmatismo, se tratará primero de que el psicoanalista se ofrezca – según señala Miller – como “un objeto versátil, disponible, multifuncional”.[5] De este modo, “si el psicoanalista sabe ser objeto, no querer nada a priori por el bien del otro, no tener prejuicios en cuanto al buen uso que se puede hacer de él, ve el registro de las contraindicaciones reducirse asombrosamente, hasta el punto de que la contraindicación – del psicoanálisis – se decide, entonces, caso por caso”.[6]

Esta disponibilidad se deduce de que los usos del psicoanálisis son a encontrar a partir de que haya primero psicoanalistas. Es lo que está implícito en la definición irónica de Lacan: “El psicoanálisis es el tratamiento que se puede esperar de un psicoanalista”. Es decir, que primero hay que partir de la existencia de este objeto producido por un discurso, que es el psicoanalista, y luego ubicar los usos posibles de dicho objeto.[7]

Esta caracterización parte de asumir que la existencia precede a la esencia y que, del lado de definir las esencias, la partida esta perdida de antemano.

Dicho de otro modo, no se tratará tanto de definir la esencia de la terapéutica lacaniana, del psicoanálisis aplicado – aunque tengamos una orientación al respecto –, sino de extraer las consecuencias, el saber que podemos inventar, de los usos del analista como instrumento por medio del cual el sujeto de la postmodernidad puede experimentar su falta en ser.[8]

Tenemos una orientación cuando afirmamos que el psicoanálisis no es una psicoterapia por cuanto ésta se funda en la idea de la existencia de una unidad, de un órgano de adaptación (la psyché) del individuo con el mundo. Mientras que el psicoanálisis no es una terapia de “lo psíquico” – que en realidad no existe, tal como la psicoterapia – sino una terapia del sentido ya que de hecho el sujeto produce muchos más sentidos de los que necesita para vivir[9].

Ahora bien, supongo que esta afirmación – el psicoanálisis como terapia del sentido – seguramente pueda llamar la atención si recordamos que en el argumento que propusimos desde la Comisión científica al situar el esfuerzo de Lacan en fundamentar que la terapéutica psicoanalítica sigue siendo psicoanálisis, señalamos las siguientes escansiones en su enseñanza:

1) que la terapéutica analítica supone un rechazo del poder sugestivo de la palabra que es en lo que se fundamenta la psicoterapia;

2) que mientras la psicoterapia se fundamenta en la identificación, el psicoanálisis – el discurso analítico – va en contra de las identificaciones;

3) que, mientras la psicoterapia “especula con el sentido”, el psicoanálisis – concebido fuera de sentido y sin punto de capitón – va contra el sentido y se orienta por lo real.

Pero también agregamos allí que esos tres momentos de la enseñanza de Lacan “lejos de anularse, abren diversas perspectivas de abordaje del tema”.

Quiero subrayar este punto porque – si situáramos como propio de la terapéutica lacaniana la concepción de una terapéutica más allá del Edipo – podríamos, de la misma manera en que decimos que se trata de “prescindir del padre a condición de servirse de él”, podríamos plantearnos lo siguiente: 1) definir un buen uso de la sugestión; 2) un “uso legítimo del significante amo”; 3) un “saber hacer ahí” con el sentido. Dicho de otro modo, prescindir de la sugestión, de la identificación y del sentido a condición de – llegado el caso – servirse de ellos.

Esto es, me parece, lo que nos permite entender las siguientes indicaciones – “terapéuticas “ – que Miller enumera cuando, al caracterizar los múltiples usos del objeto psicoanalista, dice así:

“En un caso afloja las identificaciones ideales cuyas exigencias asedian a un sujeto. En el caso en el que el yo es débil, extrae de los dichos de un sujeto con qué consolidar una organización viable. Si el sentido está bloqueado, lo articula, lo hace fluido, lo introduce en una dialéctica. Si el sentido se desliza sin detenerse en ninguna significación sustancial, instala puntos de detención, puntos de capitón, como decimos a veces, que darán al sujeto un armazón de sostén”.[10]

La exigencia de contemporaneidad nos obliga, entonces, a no desconocer las coordenadas actuales en las que nuestra práctica y su eficacia terapéutica se inscribe. Y estas coordenadas son las de la globalización, es decir, las de una época donde la causalidad científica (situada fuera de sentido ya que la ciencia hace callar el sentido), donde la certidumbre de la causalidad científica se instala en el lugar del sentido. Así, el sujeto contemporáneo – llegado el caso – puede lanzarse a una búsqueda de sentido, a la búsqueda de un complemento de sentido.[11] Es en ese punto, que Jacques-Alain Miller puede decir que “un uso fundamental y actual del psicoanálisis es que el encuentro con el analista se transforme en la instalación de un paréntesis en el cual el sujeto, sometido a la tiranía de la causalidad científica, busque, transforme, el sentido de su identificación.[12]

Ahora bien, ¿cuál es ese sentido que el “sujeto sin reparos”, sin orientación, de nuestra época quizás llegue a buscar? Y en caso de que no lo buscara ¿podría el psicoanalista de la orientación lacaniana intentar suscitar la necesidad de esa búsqueda?

De la vergüenza y el honor

Lacan no solo ha actualizado – formalizándolo – el psicoanálisis de Freud. Su rol histórico también ha sido el de “preparar al psicoanálisis para la época de la globalización”[13]. Y en esto, propuso una escritura, un matema, que llamó del discurso capitalista. Un discurso (o pseudo discurso) que, variando apenas unas letras y la dirección de un vector, podría dar cuenta de lo que ocurre con el sujeto de nuestra época. A diferencia del discurso amo (que Miller llama “discurso del amo pre – postmoderno”), en el discurso capitalista (o discurso del amo postmoderno) el sujeto ocupa el lugar del agente mientras el S1 ocupa el lugar de la verdad. Pero, al mismo tiempo, el vector de ese lado se invierte desalojando el lugar de la verdad de su función de determinación en el discurso. Se produce así un rechazo de la castración y el sujeto, lejos de ser el sujeto histérico promovido al lugar del agente, es un sujeto sin reparos (sin señales o marcas para identificarse u orientarse). Con lo que contará, para obtener una suerte de anclaje sustancial, será con los objetos del mercado, incluidos – llegado el caso – los tóxicos. Pero además, este sujeto es un sujeto que carece de vergüenza y, fundamentalmente, de honor.

Si nos detuviéramos aquí lo único que habríamos logrado es hacer un diagnóstico apocalíptico, y los diagnósticos apocalípticos no nos interesan por que, en tanto tales, son ineficaces. Se trata, por el contrario, a partir del diagnóstico despejar su lógica y deducir de ella qué posición conviene para el psicoanalista de nuestra época.

Es en las clases finales de su último curso que Jacques-Alain Miller aborda este tema junto con Eric Laurent[14]. Es algo tan reciente y tan poco elaborado por mi parte que apenas si me atrevo a proponerles lo que sigue. Pero prefiero seguir el impulso de lo que podemos llamar una intuición y someterlo a la consideración y al debate con ustedes.

Es algo que parece desprenderse de lo que Lacan dice en la última clase de su Seminario 17 . Allí, anticipando lo que luego nombrará como discurso capitalista, y luego de abrir su clase diciendo que “morir de vergüenza es un afecto que raramente se consigue”, afirma:

“Esto es lo que descubre el psicoanálisis. Con un poco de seriedad, advertirán que esta vergüenza se justifica por no morir de vergüenza, es decir, por mantener con todas sus fuerzas un discurso del amo pervertido…” (…) “Avergonzarse por no morir de vergüenza daría un tono distinto, el tono de que lo real está concernido.”[15]

En esas últimas clases de su curso Miller, de manera luminosa, plantea que la pregunta que guía secretamente todo el Seminario 17 y que no aparece sino en la última clase es: ¿qué del psicoanálisis cuando ya no hay más vergüenza, cuando la civilización tiende a disolver, a hacer desaparecer la vergüenza?[16]

Y no sólo destaca esta pregunta sino que también sitúa la lógica en juego en el planteo de Lacan: que la desaparición de la vergüenza instaura como valor supremo el primum vivere, la vida ignominiosa, innoble, la vida sin honor. Que la desaparición de la vergüenza quiere decir que el sujeto deja de estar representado por un significante que valga, por un significante amo, es decir, por un significante que valga como tarjeta de presentación ante el Otro de un orden del mundo donde

él tenga su lugar. Porque ese S1 es el índice de que la vida pura y simple no es lo que importa; que lo que importa es algo que incluye a la muerte y que la vida – y la muerte – están condicionadas por un valor mayor que el primum vivere. Y es por eso que, si ese S1 se rompe, de desgarra, eso produce vergüenza.

Pero cuando estamos en el punto en que todos rompen su tarjeta de presentación – sus S1 – por el discurso pervertido que los condiciona, cuando estamos en el punto donde ya no hay más vergüenza, todo esto pone en cuestión la ética del psicoanálisis. Y si la ética del psicoanálisis está puesta en cuestión también lo está su práctica, incluso, el psicoanálisis aplicado que, en tanto psicoanálisis, no podría ser si no ético. “El sentido de esta práctica – dice Miller – no es pensable sin honor, no es pensable sino funciona el reverso del  psicoanálisis que es el discurso del amo y el significante amo instalado en su lugar. Para hacérselo escupir al sujeto, es necesario primero que él haya sido marcado. El honor del psicoanálisis apunta al lazo mantenido del sujeto con el significante amo[17].

Es por eso que lo mínimo que se le puede demandar a alguien para ser analizante es que se interese por su singularidad, una singularidad que no se sostiene sino del significante que le es propio, del S1 que lo representa ante el campo del Otro, porque – incluso para separar al sujeto de ese significante con el cual se identifica – es necesario que haya uno y que el sujeto lo respete.

Es por todo esto que el discurso capitalista no sólo hace desaparecer el honor sino que, en la medida en que empuja a cada uno a no tener más vergüenza del goce, hace desaparecer la vergüenza como tal.

En este contexto, avergonzar habría que entenderlo como “un esfuerzo para restituir la instancia del significante amo”[18]. Ya que, no olvidemos, el discurso amo es el matema del inconsciente y el S1 es otro nombre del síntoma, es decir, de lo más singular del sujeto.

Podríamos plantear así que la condición para una terapéutica lacaniana, la de esta época que nos toca vivir, sería poner en forma el discurso amo. Dicho de otro modo, suscitar la vergüenza y, llegado el caso, el “morir de vergüenza” del que hablaba Lacan y que no es pensable si no está puesto en causa el honor. Sería plantear que ante el sujeto sin reparos del discurso capitalista, se vuelve necesario – como condición de posibilidad misma de la experiencia analítica – el pasaje por el discurso amo tradicional, matema del inconsciente.

De esta manera, sostendríamos una vez más y desde un nuevo ángulo, que esa terapéutica “que no es como las demás” es eminentemente ética y que jamás podrá ser reducida a una prescripción técnica como la que la civilización demanda. A esa demanda responderíamos con la paradoja de una terapéutica que debe pasar, antes que nada, por un “enfermar de honor”.

Así, muy lejos de una posición moralista pero también muy lejos del desánimo que puede llevar a bajar los brazos ante lo que la época impone de rechazo del inconsciente, “enfermar de honor” podría ser tal vez el nombre de la condición para esta aventura que estamos iniciando. La aventura de inventar el psicoanálisis aplicado de la orientación lacaniana.


[1] Miller, Jacques-Alain, “El analista y los semblantes”, en De mujeres y semblantes,  Cuadernos del pasador nro. 1, Bs.As., 1992.

[2] Miller, Jacques-Alain, en Lo que no se sabe, Colección Orientación Lacaniana, EOL, Bs.As.,1993.

[3] Laurent, Eric, “¿Cómo se enseña la clínica?”, en El Mensaje, Boletín del ICBA, nro. 12 (separata).

[4] Ibídem.

[5] “Las contraindicaciones al tratamiento psicoanalítico”, en El Caldero de la Escuela nro. 69.

[6] Ibídem.

[7] Laurent, Eric, “Usos actuales posibles e imposibles del  psicoanálisis”, en Psicoanálisis y salud mental, Tres Haches, Bs.As., 2000, pág. 50 y 51.

[8] Ibídem.

[9] Ibídem, pág. 49.

[10] Op. cit. en 5.

[11] Ibídem 7.

[12] Citado por Laurent en 7.

[13] Miller, Jacques-Alain, Curso 2001/2000, clase 17, (inédito).

[14] Ibídem.

[15] Lacan, Jacques, Seminario 17, El reverso del psicoanálisis, Paidós, Bs.As., 1992, pág. 198.

[16] Op. cit. en 7, clase 20.

[17] Ibídem.

[18] Ibídem.

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